lunes, 28 de diciembre de 2009

¿HAY OTRA OPORTUNIDAD?



Ser un buen profesor y lograr el aprendizaje de los alumnos no es una tarea fácil de realizar y apta para cualquier persona, requiere una serie de capacidades que se adquieren con la enseñanza brindada por un experto en el tema así como también la aplicación de principios, métodos, técnicas en forma sistemática y reflexiva, labor que se implementa con la ayuda de la experiencia diaria en las aulas.
Aun así la situación no se torna simple. Los alumnos, sobre todo, aquellos del nivel medio, parecen poco o nada interesados en el aprendizaje. Muchas causas se dieron de ello: la desactualización de las escuelas en relación al avance tecnológico, la sobrepoblación de las aulas, la competencia con los medios masivos de comunicación, etc. Si bien se trató de dar solución parcial a alguna de ellas, la situación empeoró.
Si miro lo que ocurría hace 25 años atrás, cuando yo misma era una estudiante de nivel medio, veo jóvenes que se divertían en las escuelas con sus compañeros, pero que no descuidaban los estudios. Les importaba estudiar; tenían un propósito por el que se esforzaban en recibirse. Hoy ni siquiera se preocupan por asistir. Consideran vergonzoso ser buen alumno, es mejor según dicen: “pasarla bien sin estudiar”.
Si bien estas pueden ser expresiones extremas, lo que se observa con más frecuencia son alumnos que obtienen notas bajas, o si logran notas altas la calidad del trabajo realizado no se corresponde con la calificación colocada. Es decir se bajan las expectativas con la idea de incorporar más cantidad de aprobados a la lista de alumnos de la clase, pero esto tampoco motiva, ni ayuda a mejorar o lograr mejores resultados.
Una frase que escuché en muchas ocasiones y que me llama la atención es la que utilizan los alumnos cuando reciben la devolución de un trabajo, un examen, una prueba: “¿me da otra oportunidad?”
Escuchan las razones dadas por el profesor sobre la calificación colocada, pero no parecen prestar atención, esperan que termine de argumentar y formulan la tan repetida frase: “¿tengo otra oportunidad?” Y dada esa “otra” oportunidad la vuelven a formular ¿y ahora profe que pasa? ¿Me da otra oportunidad?
Pareciera que no comprendieran la situación, o tal vez sí, pero dejan la respuesta y solución al docente.
Y en realidad están en lo cierto: ¿Quién sino el docente, la institución, los adultos son los encargados de buscar la manera de resolver este problema?
Nos guste o no, tenemos la responsabilidad de encontrar una solución al constante fracaso escolar.
Pedirles que se interesen, que se motiven a estudiar, es como hablarle a la pared. Pero tampoco la solución está en regalar títulos sin lograr las competencias necesarias.
Considero que hay que dar otra oportunidad pero no a costa de bajar las exigencias. ¿Cómo? Tal vez cumpliendo horario extra de clases, otros profesionales que ayuden, presentando los temas de forma diferente, etc. Formas de lograrlo aparecen, si pensamos en cada realidad. Lo difícil es lograr que durante ese proceso el docente tenga ganas, fuerzas y esmero en lo que realiza. Porque tener 15 alumnos quietitos, calladitos, estudiosos, cumplidores, es el sueño imposible de todo profesor.
Hoy ser profesor es ser capaz de lograr buenos aprendizajes con 40 alumnos la mitad de ellos molestos, desobedientes, desinteresados en los estudios, y aún así lograr que aprendan, que mejoren, que cambien. Eso es educación. Si ya vinieran educados, ¿Qué función cumpliría la escuela? Educar es la posibilidad de que alguien cambie, que logre cosas que antes creía no poder lograrlas, que tenga futuro, que proyecte, que se anime a intentar.
Pero si en ese proceso tan importante para un joven, el adulto encargado de lograrlo se desmotiva, lo ve como enemigo, o centra su profesión como una forma de llevar dinero a su casa, y no como algo que puede cambiar destinos, entonces, más que pensar en cómo motivar a los alumnos debemos pensar en cómo motivar profesores.
Tal vez la salida pase por darles a ellos, los profesores, otra oportunidad.